
El 15 de julio de 2010, Argentina marcó un antes y un después. Con la sanción de la Ley 26.618, se convirtió en el primer país de América Latina en reconocer legalmente el matrimonio igualitario, ampliando derechos fundamentales para la comunidad LGBTIQ+.
Hoy, a 15 años de aquella histórica madrugada en el Senado, la igualdad no es solo una consigna, sino una realidad concreta en Río Negro y Neuquén, donde decenas de parejas han elegido el camino del compromiso y la legalidad en pie de igualdad.
En Río Negro, entre 2020 y 2024, se celebraron 164 casamientos bajo el amparo de la ley de matrimonio igualitario. En Neuquén, la cifra asciende a 297 uniones civiles entre 2010 y mayo de 2023, según datos oficiales. Más allá de los números, cada ceremonia representa una historia de amor que, hasta no hace tanto, era invisible para el Estado.
El cambio fue estructural: no solo permitió a las parejas del mismo sexo casarse, sino también acceder a derechos esenciales como la cobertura médica compartida, el derecho a heredar, a la copropiedad de bienes y al acceso a pensiones en caso de fallecimiento del cónyuge.
La Ley 26.618 no fue una concesión, sino el fruto de años de militancia, resistencia y visibilización de los sectores disidentes. Con su aprobación, Argentina se convirtió en el décimo país del mundo en legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo y el primero en América Latina, allanando el camino para otras naciones de la región.
Hasta 2021, solo 30 países contaban con una legislación similar, la mitad de ellos en Europa. En nuestro país, incluso las personas extranjeras que no residan permanentemente pueden casarse, y en los primeros once años desde su entrada en vigencia, más de 400 parejas extranjeras lo hicieron.
En la Patagonia, donde el entramado social es diverso pero a veces aún conservador, el ejercicio visible del derecho al matrimonio igualitario se volvió una forma de reivindicación y de pertenencia. Cada pareja que se casa es, a su vez, una forma de decir: “estamos acá, existimos, y nuestros vínculos valen”.
En ciudades como Viedma, Bariloche, Cipolletti o Neuquén capital, los registros civiles han acompañado, con más o menos visibilidad, estas historias. No son solo papeles ni solo fiestas: son familias, son vidas compartidas, son futuros construidos sobre la base de la legalidad y el amor.
Aunque la ley fue un hito, aún queda camino por recorrer. La igualdad legal no siempre se traduce en igualdad real. Persisten prejuicios, discriminaciones y exclusiones. Por eso, este 15 de julio, el Día de la Igualdad no es solo una celebración, sino también un llamado a sostener lo conquistado y ampliar lo que falta.
En tiempos donde ciertos discursos buscan retroceder en derechos, la memoria colectiva, la visibilidad y el compromiso siguen siendo herramientas fundamentales para sostener la democracia y la justicia social.