
por Lautaro Hermosilla
Ya no basta con un discurso en la plaza o una noticia en el periódico; hoy, la política se vive y se construye en un ecosistema vibrante y complejo donde la transmedialidad es la regla, y el periodismo humano se erige como un faro indispensable.
Imaginemos la escena política actual: un mensaje de campaña que nace en un hilo de X (Twitter), se expande a un video corto en TikTok, se convierte en un meme viral, se analiza en un podcast y se documenta con imágenes en Instagram. Esto no es una suma de plataformas, es una narrativa transmedia donde cada canal aporta una capa distinta a la historia, interactuando y amplificándose mutuamente. La política se ha vuelto una experiencia inmersiva, dispersa y participativa, donde los ciudadanos no sólo consumen, sino que remezclan, comentan y generan su propio contenido.
Esta nueva dinámica es una espada de doble filo. Por un lado, abre puertas a una participación ciudadana sin precedentes. Movimientos sociales pueden organizarse y viralizarse a velocidades impensables, y las voces que antes no tenían espacio, ahora encuentran ecos potentes. La accesibilidad y la inmediatez permiten una movilización más rápida y una presión directa sobre los actores políticos.
Sin embargo, esta misma arquitectura transmedia es un caldo de cultivo para la desinformación y la polarización. Un "deep fake" o una noticia fabricada pueden esparcirse como reguero de pólvora, distorsionando la realidad y exacerbando divisiones. Las "cámaras de eco", donde los algoritmos nos muestran solo lo que queremos ver, limitan el debate plural y consolidan burbujas de opinión que dificultan el entendimiento y el consenso, tan necesarios para la salud democrática.
El periodismo humano: ancla en la tormenta digital
En este entramado de mensajes fragmentados y, a menudo, manipulados, el periodismo humano se vuelve no solo relevante, sino insustituible. Si bien la inteligencia artificial puede automatizar la redacción de informes o la curación de datos, lo que no puede replicar es la capacidad crítica, la ética, el olfato para la verdad y la construcción de lazos comunitarios que define al buen periodismo.
Un periodista humano es quien investiga a fondo, quien contrasta las fuentes, quien da contexto a la información, quien desafía las narrativas hegemónicas y quien tiene la audacia de preguntar lo incómodo. Es el garante de la verificación frente a la avalancha de fake news y deep fakes. Es la voz que se atreve a bucear en la complejidad, a explicar matices y a ofrecer diversas perspectivas en un mundo que tiende a simplificar y polarizar.
Además, el periodismo no es solo informar; es construir sentido. En la era de la transmedialidad, el periodismo tiene la crucial tarea de hilvanar los fragmentos de la narrativa política y social, de darle coherencia a la dispersión y de fomentar un espacio de diálogo inclusivo y diverso. Es quien puede dotar de profundidad a un titular fugaz, quien puede convertir un dato en una historia humana y quien puede guiar a la audiencia a través del ruido para que comprenda realmente lo que está en juego.
La década que vivimos nos ha enseñado que la tecnología es un medio, no un fin. La transmedialidad nos ofrece herramientas poderosas para conectar y comunicar, pero es la esencia humana del periodismo la que garantiza que esa comunicación sea honesta, responsable y al servicio de una ciudadanía informada y participativa. En la compleja trama de la política digital, el periodismo es, más que nunca, nuestro hilo conductor.