09/10/2025 - Edición Nº2500

Viedma

Experiencia

El último día de Fred Machado y el paso a paso de como se produjo su detención

09:05 |Este periodista estuvo un encuentro cara a cara con la persona más mencionada en la Argentina en las últimas dos semanas. Fui el último periodista que tuvo la oportunidad de entrevistarlo antes de ser detenido. Una breve narrativa de como sucedió el encuentro.


por Luciano Barroso


El martes 7 de octubre no fue un día más en la residencia de la madre de Fred Machado, esa quinta silenciosa que se recuesta sobre el río Negro y que durante más de tres años funcionó como su refugio, su trinchera y su frontera con el mundo exterior. Ese martes, sin saberlo —o quizá sabiéndolo demasiado—, Machado viviría su último día allí.

 

El sol de la tarde comenzaba a bajar sobre el campo verde cuando una intuición alteró todos mis planes. La entrevista con Machado estaba pautada para las 17, con ingreso a las 16. Pero algo en el aire, una corazonada difícil de explicar, me obligó a adelantarlo todo. Se sospechaba que la Policía Federal llegaría cerca de las 18, y las horas podían decidir la historia.

 

A las 15 en punto, un mensaje directo bastó. El portón blanco, de unos dos metros de alto y cuatro de ancho, se abrió lentamente. Del otro lado, un camino de cemento conducía hasta la vivienda principal: una casa de líneas simples y prolijas, rodeada de árboles y con un deck que miraba al jardín. Allí, en ese escenario pulcro, me esperaba Fred Machado.

 

Estaba acompañado por su hermana, Malena Igoldi, y por su madre. La primera impresión fue de calma. Machado se mostró cordial, de modales precisos, atento, dispuesto a conversar. Pero en sus gestos se filtraban otras cosas: nerviosismo, ansiedad, tensión contenida. Cada tanto atendía llamadas. Hablaba en voz baja, cortaba, volvía a marcar. En el aire había una electricidad invisible, como si algo —o alguien— estuviera por irrumpir en cualquier momento.

 

El jardín era un retrato de orden: árboles altos, una pileta de agua quieta, el césped perfecto, sin una hoja fuera de lugar. Todo daba cuenta de una calma aparente, la que antecede al estallido. Afuera, ninguna cámara, ningún periodista. Solo una camioneta azul, estacionada en una esquina, demasiado quieta para ser casual. No era de ningún vecino. Eran hombres de civil, atentos.

 

La entrevista formal con cámara fue suspendida. Machado me dijo que no era el momento. Pero aceptó una testimonial exclusiva, a solas, dentro de la casa. La charla se desarrolló en el living, con el río al fondo y el eco leve de las hojas golpeando los ventanales.

 

Durante los primeros minutos se lo notó más relajado. Habló de sus vínculos, de su relación con José Luis Espert, de si conocía o no a Lorena Villaverde, y de los almuerzos que, según dijo, había compartido con distintos dirigentes políticos y empresarios. Su tono era sereno, pero sus manos no paraban de moverse. Tomaba el vaso de agua, lo dejaba, miraba el teléfono, lo giraba.

 

En el minuto número doce de la entrevista, la tensión contenida se materializó. Una camioneta oficial de la Policía Federal ingresó a la propiedad, seguida de una Jeep civil y un Fiat Palio. Más de una decena de efectivos descendieron en silencio. Algunos llevaban chalecos identificatorios, otros de civil, sin armas visibles.

 

Uno de ellos se acercó hasta el interior de la vivienda. Golpeó suavemente la puerta y me pidió que me retirara. Fue un instante suspendido, una fotografía mental. Machado se quedó en silencio. Luego se levantó del sillón con calma, sin decir palabra, y caminó hacia el deck de madera donde le indicaron que se sentara.

 

Recogí rápidamente el material, nos despedimos con una mirada y salimos de la residencia. En el aire, el silencio era espeso. Afuera, los autos policiales se alineaban como piezas de ajedrez.

 

Eran las 15:30. El sol aún brillaba, pero algo había cambiado para siempre. Dentro de la casa, Fred Machado ya no era el mismo hombre que me había ofrecido café media hora antes. Era un hombre enfrentando su destino, consciente de que el reloj había llegado a cero.

 

En el material grabado —y en el “off” que lo acompañó— quedaron sus últimas palabras en libertad: sus vínculos, sus dudas, sus explicaciones, y esa mezcla inconfundible de cordialidad y temor que solo tienen los hombres que saben que el tiempo se les acabó.

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